
Reforma de un apartamento en Via Caserma, Sestola (MO)
A los pies del Monte Cimone, en el corazón de los Apeninos modeneses, el pueblo de Sestola conserva un paisaje histórico denso de estratos. Allí, entre el campanario de la iglesia principal y la fortaleza medieval, se alza uno de los edificios más antiguos del lugar: una construcción que fue primero cárcel, luego cuartel, más tarde hotel y finalmente residencia. Esta sucesión de funciones y transformaciones ha dejado una huella profunda en la materia construida, una narrativa colectiva hecha de piedra arenisca, muros gruesos, aperturas contenidas y memorias habitadas.

La reforma del apartamento en la primera planta se enfrenta a esta complejidad con una mirada atenta y receptiva. El proyecto parte de la idea de que toda arquitectura puede —y debe— aprender. Aprender de la historia y de sus huellas, del contexto natural y urbano, de las personas que habitan y transforman los espacios, y de quienes los diseñan y construyen con conocimiento y cuidado. En este caso, el trabajo se ha desarrollado en estrecha colaboración con artesanos locales, conocedores profundos del tipo de construcción y de los materiales del territorio. Este vínculo con los saberes arraigados se ha convertido en parte fundamental del enfoque del proyecto.

La nueva distribución interior pone en valor el carácter de lo preexistente, sin tratar de restaurar un pasado idealizado, sino más bien haciendo visibles las transformaciones mediante intervenciones precisas y el uso de materiales en contraste con el contexto original. La cocina —núcleo distribuidor de la vivienda— separa la zona de día, orientada al este y abierta hacia el valle del Scoltenna, de la zona de noche que mira hacia el casco antiguo. Se han introducido dos lucernarios que permiten que la luz natural penetre en la parte más interior de la casa, superando las limitaciones propias de las construcciones medievales y aprovechando al máximo cada posibilidad para que la luz y la mirada atraviesen el espacio.


Las aperturas existentes en los muros de carga se han recuperado como pasajes funcionales y poéticos: una hornacina para el lavabo en el baño, una estantería en el dormitorio, un pasaplatos entre la cocina y el salón. Un tramo de muro de piedra ha sido devuelto a la vista en el salón como gesto de revelación y testimonio material del tiempo.


Esta casa, como muchas arquitecturas del Apenino, no es solo un interior habitable, sino un umbral entre distintos tiempos: custodia el paisaje natural y cultural, y a la vez lo transforma en nuevas formas de habitar. En ese sentido, el proyecto es también un ejercicio de atención y escucha, una búsqueda de continuidad entre el habitar contemporáneo y la memoria del lugar. Un pequeño gesto de cuidado que demuestra cómo la arquitectura puede ser una herramienta para aprender —y devolver— sentido y valor a los lugares.

